Comentarios: Antonio Arana.
Fotografías: Juanlu.
Hoy me es difícil la narración de esta ruta a la Maroma, de noche, con luna llena... porque yo no pude ir con el grupo. Una sobrecarga en el pie izquierdo me dejó en tierra. Pero, como dice Juan Vázquez Rengifo, soldado y cronista en el ejército de Arévalo de Zuazo, en su libro "Grandezas de la Ciudad de Vélez y Hechos Notables de sus Naturales", escrito a principios del siglo XVII, sobre la rebelión de los moriscos en la Axarquía del año 1569: "Y así digo que es evidente y cosa clara que muchos de los escriptores y cronistas que han escripto historias altas y verdaderas, algunas cosas dellas lo han hecho por tradición y relación de personas que de aquella materia hayan tenido noticia, y no porque todo lo hayan visto..."
Así que me he basado para ello en lo que me han contado algunos de los integrantes del grupo que sí tuvieron la inmensa suerte de realizar esa preciosa ruta.
Preparados para afrontar la Maroma.
La subida se realizó en 3 horas por el Robledal. El intenso calor en las primeras horas de la noche hizo sudar profusamente a todos los montañeros.
En el Collado de Rojas, a casi 1.600 metros de altitud, Pablo, agotado por el calor, tomó la decisión de no continuar el ascenso y esperar al grupo por la mañana en esa pequeña llanura. Por supuesto, Ana, su pareja, se quedó con él. Juanlu quiso hacerlo también pero fue enviado de manera contundente a hacer gárgaras a la cumbre. Pero antes de continuar el ascenso, les dejó comida y agua dándoles algunos consejos como montañero experto.
Poco después, Juanlu pierde el saco de dormir que comienza a rodar por un barranco entre pinos sin que ninguno de ellos pueda detenerlo. Lo busca sin encontrarlo y deja esa tarea para el regreso, ya con la luz del día.
A la una de la madrugada llegaron a la cima de la Maroma. El calor se convirtió, a 2.068 metros de altura, en una sensación de frío intenso progresivo, obligándolos a extender rápidamente los sacos de dormir, colocarse los forros polares y los pasamontañas, e incluso a masajearse los brazos para obtener algo de ese calor del que tanto habían renegado en la subida.
Frío en la cumbre.
Sobre las tres de la madrugada, un precioso zorro comienza a luchar con la mochila de Inma oliendo la comida que llevaba en ella. Cuando le pregunté qué manjares llevaba en su interior cuyo aroma los hacía irresistibles para el animal, me dijo que sólo llevaba bocadillos de embutidos... eso sí, "hechos con mucho cariño..." Y lo creo. Quienes hemos tenido la oportunidad de comer su morrete de setas o sus piononos, o degustar su arresol... sabemos de qué hablamos.
El zorro al acecho de la comida.
Fernando que tenía obligaciones hasta las primeras horas de la madrugada, realiza la subida solo y sin frontal, llegando a la cumbre a las 5 de la madrugada, no sin antes haber sufrido y dado, al mismo tiempo, un intenso susto a "la parejita feliz" que se quedó a la mitad de la ascensión. Me contó que al llegar al monolito de la Maroma, vio en la penumbra muchos grupos de montañeros ocupando los distintos vivac de piedras existentes a su alrededor y que no pudo distinguir ninguna cara conocida por lo que se arremolinó como pudo en el suelo rocoso, muerto de frío, esperando el amanecer. Éste no se hizo esperar mucho ya que a las cinco y poco más comenzó a atisbarse un blanco resplandor en el horizonte. Algunos compañeros, desperezándose, aprovecharon para hacerse fotos.
Primeras luces del amanecer.
Los madrugadores.
A las seis menos veinte, ya se encontraban todos con las mochilas a la espalda para hacerse una fotografía junto al monolito antes de emprender el descenso.
La última foto en la cumbre.
Y, poco después, comenzaba la verdadera magia de la ascensión: el anaranjado resplandor del sol naciente. Esa sensación a 2.000 metros de altura no puede describirse con palabras. Hay que estar allí para vivirla y grabarla para siempre en las retinas. Yo puedo describirla porque he tenido la oportunidad de apreciarla muchas veces en esa cumbre.
Amanecer desde la Maroma.
Durante el descenso.
El sol va tomando altura y la vereda ya se aprecia con suficiente claridad. Aparece el saco de dormir de Juanlu y continúan bajando para recoger a Ana y Pablo que ya despiertos les dicen a los demás con palabras llenas de emoción que un zorro joven ha dormido toda la noche junto a ellos, enroscado.
Ya juntos, continúan hacia el Puerto de las Loberas, no sin antes hacerse varias fotografías en la "Cabeza de Tortuga".
"Cabeza de Tortuga".
"Cabeza de Tortuga".
Y así aconteció la ruta que yo no pude hacer...
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